Personalmente, yo no formo parte de ese colectivo de niños que desde que prácticamente tienen uso de razón o durante sus años de infancia, han sabido lo que querían ser de mayores. Lo cierto, es que a mi más bien me costó mucho decidir hacia donde enfocar mi futuro, es más incluso aún haciendo la preinscripción a la universidad aún seguía teniendo mis dudas.
Sin embargo, la idea de estudiar arquitectura ya llevaba años rondando mi cabeza. A lo largo de mi trayectoria en el colegio, siempre hemos cursado asignaturas relacionadas con el ámbito artístico, técnico y del diseño. Así fue como en 3º de la ESO estudiamos «Visual Arts«, a mi nunca se me había dado especialmente bien dibujar, pues mi parte creativa y artística flaquea un poco, no me pidáis nunca que os haga un retrato. No obstante, en esta materia trabajábamos en diferentes campos, así una de las actividades fue dibujar una calle con edificios en perspectiva, además contaba con un punto de fuga central, algo que no sabía ni lo que era hasta que llegó la primera clase de Análisis de Formas Arquitectónicas de la universidad. El caso es que a diferencia de otros dibujos que hasta me daban pereza hacer, este más bien me resultó un entretenimiento y me apetecía seguir haciendo más, y para ser el primero quedé muy satisfecha con el resultado. También es verdad que viéndolo ahora me parece ilustración muy simple, pero para esa niña de 14 años fue como un cuadro de Monet.
Nuestra profesora valoraba todas las entregas con el método de la campana de Gauss, por tanto el mejor trabajo se llevaba la mejor nota, y de ahí el resto iban descendiendo. De este modo, por primera vez en una clase relacionada con el arte mi nota fue la más alta. Por otro lado, enseguida les enseñé a mis padres como había quedado, y fue entonces cuando mi padre me comentó que podría estudiar arquitectura. En un primer momento, lo pasé bastante por desapercibido, la verdad es que nunca antes me lo había planteado, pero el tema de conversación salía de vez en cuando, y poco a poco, reflexionando, me di cuenta de que quizás sí era esto lo mío.
Así pues, cuando me hacían la famosa pregunta del «¿qué quieres estudiar?», yo siempre respondía con un «creo que arquitectura, aún sigo sin tenerlo claro», aunque en el fondo ya sabía lo que acabaría haciendo. A pesar de la gente que me decía que era una carrera muy difícil, que existía mucho desempleo tras la crisis o que tenía pocas salidas, era lo que más me entusiasmaba, así que decidí seguir con mi idea, y aquí estamos ahora.
Gracias en parte al dibujo que veis como imagen de cabecera y a la idea que me metió mi padre en la cabeza, a día de hoy estoy estudiando Fundamentos de la Arquitectura en la Universidad Politécnica de Valencia.